Este título de mi post creo que lo dice todo. Hoy he presenciado, por primera vez, una ópera. Bueno, en realidad no sabía que iba a ser así. Mis "profundos conocimientos en música clásica" no me habían servido para saber lo que me esperaba. Me encontré por primera vez presenciando un espectáculo en el Teatro de la Maestranza de Sevilla. El espectáculo a presenciar era el Divan de Baremboim.
Lo primero que me llamó la atención fue la cantidad de personas que se encontraban en la entrada un 6 de agosto con algo menos de 40ºC (bueno supongo que bastante menos pues la ola de calor hoy ha aflojado un poco). Lo cierto es que llegamos bastante apurados pues la obra empezaba a las 21 horas y llegamos a menos cinco. Consejo para futuros espectadores: llega con bastante tiempo para poder aparcar cerca y llegar relajado al espectáculo, aunque sea en pleno verano.
El espectáculo estaba dividido en dos partes y,para ser honestos, fue presentada por la fundación Barenboim-Said. Una la Sinfonía concertante y la otra la Walkiria (Primer acto). Es esta segunda parte la que inspira esta entrada.
Para mí todo era una novedad. Jamás había escuchado música clásica en directo salvo la muy amable e inolvidable sesión personalizada que tres alumnas nos brindaron al acabar el curso 2005/2006: Clara(piano), Lucía (Violonchello) y Lidia (Violín). Creo que estar hoy aquí se los debo a ellas. MIL GRACIAS.
Lo cierto es que más impactante que escuchar la propia música de esos instrumentos de cuerda en su mayoría, fue la aparición en escena de 3 intérpretes: un tenor dramático (Simon O'Neill), una soprano dramática con momentos líricos (Ángela Denoke)y un bajo de voz oscura (Sir John Tomlinson)(esto lo he sacado del programa que nos daban a la entrada).
Cantaban en alemán, ahí es nada. Menos mal que en la parte superior del escenario aparecía una pantalla en la que, cual karaoke, se aparecían las frases que los intérpretes iban cantando (no sé si en ópera este verbo es el más adecuado. Admito sugerencias).
Mi mente cachonda no podía dejar de pensar en gags al estilo de los de Muchachada Nui. Creo que es parte de mi carácter y no mejora con el tiempo. Algunas traducciones de la letra de la canción parecían hechas en indio navajo y algunas palabras hacían aparecer un ? en mi cabeza, por ejemplo "hidromiel". Otras reconozco que desconocía por completo su significado. Está claro que he de mejorar mi base de datos de vocabulario. Siempre he tenido el prejuicio de que esto de la ópera era para gente muy pero que muy culta.
La siguiente imagen que se me aparecía era la de los partidos de Campeones, cuando Óliver se llevaba recorriendo tres días el campo de fundo mientras iba analizando sus pensamientos de principio a fin. Esto se me vino a la mente cuando durante un momento de la escena, Hunding le dice a su esposa Sieglinde que se vaya a prepararle algo de comer y le espere en la cama. Es que la tal Sieglinde tardó tela marinera en abandonar la escena. En fin, supe contenerme.
Bromas aparte, ha sido una experiencia inolvidable y muy aconsejable. He quedado profundamente emocionado por el sublime sonido que salía de las gargantas de estos tres solistas. Sus voces inundaban literalmente toda la escena y el teatro. Ha sido todo un descubrimiento darme cuenta cómo los pelos se me erizaban con la historia que se contaba y la manera en la que la música mecía, acompañaba las voces privilegiadas que tenía ante mí. No imaginaba que un fragmento de ópera llegara a impresionarme tanto. Desde luego el acompañamiento musical era una pieza absolutamente imprescindible para conseguir este efecto cautivador. Como conozco a algunos de mis alumnos y alumnas que se dedican a la música en sus "ratos libres", creo que esto me hizo apreciar lo mucho que había detrás de las interpretaciones d e cada uno de los instrumentos. Y me refiero a las personas que los hacen vibrar de esa manera. Vi el esfuerzo y el sacrificio que debe haber detrás de ellos. Comprendí como Daniel Barenboim se movía con la música manejando a la orquesta como si con sus manos fuera acunando la melodía final.
La música es algo global. También se toca con todo el cuerpo. Para ello no hay más que presenciar como los jóvenes que forman esta orquesta se mueven al compás de su instrumento dejándose parte de ellos/as mismos/as en él. Sólo así se puede conseguir transmitir emociones.
Todo esto explica que después de la actuación nos lleváramos más de 10 min aplaudiendo. Se lo merecían.
No sé que sentimientos recorrerían a Barenboim en esos momentos, pero estoy seguro que se llevó mucho más de lo que entregó. Creo que a esto le llaman Amar lo que se hace.
Lo primero que me llamó la atención fue la cantidad de personas que se encontraban en la entrada un 6 de agosto con algo menos de 40ºC (bueno supongo que bastante menos pues la ola de calor hoy ha aflojado un poco). Lo cierto es que llegamos bastante apurados pues la obra empezaba a las 21 horas y llegamos a menos cinco. Consejo para futuros espectadores: llega con bastante tiempo para poder aparcar cerca y llegar relajado al espectáculo, aunque sea en pleno verano.
El espectáculo estaba dividido en dos partes y,para ser honestos, fue presentada por la fundación Barenboim-Said. Una la Sinfonía concertante y la otra la Walkiria (Primer acto). Es esta segunda parte la que inspira esta entrada.
Para mí todo era una novedad. Jamás había escuchado música clásica en directo salvo la muy amable e inolvidable sesión personalizada que tres alumnas nos brindaron al acabar el curso 2005/2006: Clara(piano), Lucía (Violonchello) y Lidia (Violín). Creo que estar hoy aquí se los debo a ellas. MIL GRACIAS.
Lo cierto es que más impactante que escuchar la propia música de esos instrumentos de cuerda en su mayoría, fue la aparición en escena de 3 intérpretes: un tenor dramático (Simon O'Neill), una soprano dramática con momentos líricos (Ángela Denoke)y un bajo de voz oscura (Sir John Tomlinson)(esto lo he sacado del programa que nos daban a la entrada).
Cantaban en alemán, ahí es nada. Menos mal que en la parte superior del escenario aparecía una pantalla en la que, cual karaoke, se aparecían las frases que los intérpretes iban cantando (no sé si en ópera este verbo es el más adecuado. Admito sugerencias).
Mi mente cachonda no podía dejar de pensar en gags al estilo de los de Muchachada Nui. Creo que es parte de mi carácter y no mejora con el tiempo. Algunas traducciones de la letra de la canción parecían hechas en indio navajo y algunas palabras hacían aparecer un ? en mi cabeza, por ejemplo "hidromiel". Otras reconozco que desconocía por completo su significado. Está claro que he de mejorar mi base de datos de vocabulario. Siempre he tenido el prejuicio de que esto de la ópera era para gente muy pero que muy culta.
La siguiente imagen que se me aparecía era la de los partidos de Campeones, cuando Óliver se llevaba recorriendo tres días el campo de fundo mientras iba analizando sus pensamientos de principio a fin. Esto se me vino a la mente cuando durante un momento de la escena, Hunding le dice a su esposa Sieglinde que se vaya a prepararle algo de comer y le espere en la cama. Es que la tal Sieglinde tardó tela marinera en abandonar la escena. En fin, supe contenerme.
Bromas aparte, ha sido una experiencia inolvidable y muy aconsejable. He quedado profundamente emocionado por el sublime sonido que salía de las gargantas de estos tres solistas. Sus voces inundaban literalmente toda la escena y el teatro. Ha sido todo un descubrimiento darme cuenta cómo los pelos se me erizaban con la historia que se contaba y la manera en la que la música mecía, acompañaba las voces privilegiadas que tenía ante mí. No imaginaba que un fragmento de ópera llegara a impresionarme tanto. Desde luego el acompañamiento musical era una pieza absolutamente imprescindible para conseguir este efecto cautivador. Como conozco a algunos de mis alumnos y alumnas que se dedican a la música en sus "ratos libres", creo que esto me hizo apreciar lo mucho que había detrás de las interpretaciones d e cada uno de los instrumentos. Y me refiero a las personas que los hacen vibrar de esa manera. Vi el esfuerzo y el sacrificio que debe haber detrás de ellos. Comprendí como Daniel Barenboim se movía con la música manejando a la orquesta como si con sus manos fuera acunando la melodía final.
La música es algo global. También se toca con todo el cuerpo. Para ello no hay más que presenciar como los jóvenes que forman esta orquesta se mueven al compás de su instrumento dejándose parte de ellos/as mismos/as en él. Sólo así se puede conseguir transmitir emociones.
Todo esto explica que después de la actuación nos lleváramos más de 10 min aplaudiendo. Se lo merecían.
No sé que sentimientos recorrerían a Barenboim en esos momentos, pero estoy seguro que se llevó mucho más de lo que entregó. Creo que a esto le llaman Amar lo que se hace.
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